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sábado, 22 de febrero de 2014

Mateo Santamarta> No vendrá ya mi dulce Ariadna.


No vendrá ya mi dulce Ariadna
No tendre más el hilo de la amada...

Transformado en tupida telaraña
que de mi laberinto cubre las estancias
sus paseos y callejas recortadas
No hubo ayer
                    ya no hay hoy
                                          no habrá mañana.

Camino vacilante en esta noche
que de sí se alimenta y nunca acaba
Buscaré ya sin fuerzas esa aurora
que otros días suavemente me abrazaba

Me perdí en las tinieblas 
                                    en la nada
Me extraviaron los ásperos graznidos
de esas aves siniestras del crepúsculo
que le dieron alas negras a mi alma

Desaparecieron los cielos tan profundos
en que sin miedo mis alas desplegaba

No volverán a iluminarlos las sonrisas
no me arrullará la voz que acariciaba
el terciopelo sonoro que yo amaba
en la noche profunda de mi anhelo
en que aprendo
                       ya sin miedo
el sueño eterno 

mateosantamarta2014

miércoles, 12 de febrero de 2014

Miguel Hernández > Llamo al toro de España.


LLAMO AL TORO DE ESPAÑA
Alza, toro de España: levántate, despierta.
Despiértate del todo, toro de negra espuma,
que respiras la luz y rezumas la sombra,
y concentras los mares bajo tu piel cerrada.

Despiértate.

Despiértate del todo, que te veo dormido,
un pedazo del pecho y otro de la cabeza:
que aún no te has despertado como despierta un toro
cuando se le acomete con traiciones lobunas.

Levántate.

Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,
enarbola tu frente con las rotundas hachas,
con las dos herramientas de asustar a los astros,
de amenazar al cielo con astas de tragedia.

Esgrímete.

Toro en la primavera más toro que otras veces,
en España más toro, toro, que en otras partes.
Más cálido que nunca, más volcánico, toro,
que irradias, que iluminas al fuego, yérguete.

Desencadénate.

Desencadena el raudo corazón que te orienta
por las plazas de España, sobre su astral arena.
A desollarte vivo vienen lobos y águilas
que han envidiado siempre tu hermosura de pueblo.

Yérguete.

No te van a castrar: no dejarás que llegue
hasta tus atributos de varón abundante,
esa mano felina que pretende arrancártelos
de cuajo, impunemente: pataléalos, toro.

Víbrate.

No te van a absorber la sangre de riqueza,
no te arrebatarán los ojos minerales.
La piel donde recoge resplandor el lucero
no arrancarán del toro de torrencial mercurio.

Revuélvete.

Es como si quisieran arrancar la piel al sol,
al torrente la espuma con uña y picotazo.
No te van a castrar, poder tan masculino
que fecundas la piedra; no te van a castrar.

Truénate.

No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás
si no es para escarbar sangre y furia en la arena,
unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas
abalanzarse luego con decisión de rayo.

Abalánzate.

Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado,
y en el granito fiero paciste la fiereza:
revuélvete en el alma de todos los que han visto
la luz primera en esta península ultrajada.

Revuélvete.

Partido en dos pedazos, este toro de siglos,
este toro que dentro de nosotros habita:
partido en dos mitades, con una mataría
y con la otra mitad moriría luchando.

Atorbellínate.


De la airada cabeza que fortalece el mundo,
del cuello como un bloque de titanes en marcha,
brotará la victoria como un ancho bramido
que hará sangrar al mármol y sonar a la arena.

Sálvate.

Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.
Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.
Atorbellínate, toro: revuélvete.
Sálvate, denso toro de emoción y de España.

Sálvate.


RUSIA

En trenes poseídos de una pasión errante
por el carbón y el hierro que los provoca y mueve,
y en tensos aeroplanos de plumaje tajante
recorro la nación del trabajo y la nieve.

De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas,
sale una voz profunda de máquinas y manos,
que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas,
y prorrumpe entre hombres: Estos son tus hermanos.

Basta mirar: se cubre de verdad la mirada.
Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas.
De cada aliento sale la ardiente bocanada
de tantos corazones unidos por parejas.

Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.

De unos hombres que apenas a vivir se atrevían
con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,
una masa de férreo volumen has forjado.

Has forjado una especie de mineral sencillo,
que observa la conducta del metal más valioso,
perfecciona el motor, y señala el martillo,
la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.

Polvo para los zares, los reales bandidos:
Rusia nevada de hambre, dolor y cautiverios.
Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos,
hoy proclaman la vida y hunden los cementerios.

Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos,
quemados por la sangre de los trabajadores.
Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos,
y cantan rodeados de fábricas y flores.

Y los ancianos lentos que llevan una huella
de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso,
por desplumar alegres su alta barba de estrella
ante el fulgor que remoza su ocaso.

Las chozas se convierten en casas de granito.
El corazón se queda desnudo entre verdades.
Y como una visión real de lo inaudito,
brotan sobre la nada bandadas de ciudades.

La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta
como un arma afilada por los rinocerontes.
La metalurgia suena dichosa de garganta,
y vibran los martillos de pie sobre los montes.

Con las inagotables vacas de oro yacente
que ordeñan los mineros de los montes Urales,
Rusia edifica un mundo feliz y trasparente
para los hombres llenos de impulsos fraternales.

Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas
legiones malparidas por una torpe entraña,
los girasoles rusos, como ciegos planetas,
hacen girar su rostro de rayos hacia España.

Aquí está Rusia entera vestida de soldado,
protegiendo a los niños que anhela la trilita
de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado,
y que del vientre mismo de la madre los quita.

Dormitorios de niños españoles: zarpazos
de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia,
a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos,
la vida que destruyen manchados de inocencia.

Frágiles dormitorios al sol de la luz clara,
sangrienta de repente y erizada de astillas.
¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara
sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas!

Se arrojará, me advierte desde su tumba viva
Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto,
mientras contempla inmóvil el agua constructiva
que fluye en forma humana detrás de su esqueleto.

Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,
fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.
Y sólo se verá tractores y manzanas,
panes y juventud sobre la tierra.
HERNÁNDEZ, MIGUEL

domingo, 9 de febrero de 2014

Quiero una huelga donde vayamos todos. Gioconda Belli.

HUELGA


Quiero una huelga donde vayamos todos.

Una huelga de brazos, piernas, de cabellos,
una huelga naciendo en cada cuerpo.

Quiero una huelga
de obreros, de palomas,
de chóferes, de flores,
de técnicos, de niños,
de médicos, de mujeres.

Quiero una huelga grande,
que hasta el amor alcance.
Una huelga donde todo se detenga,
el reloj, las fábricas,
el plantel, los colegios,
el bus, los hospitales,
la carretera, los puertos.

Una huelga de ojos, de manos y de besos.
Una huelga donde respirar no sea permitido,
una huelga donde nazca el silencio
para oír los pasos del tirano que se marcha.

(Gioconda Belli)
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sábado, 1 de febrero de 2014

Rainer María Rilke> Elegías de Duino> Tercera Elegía de Duino.

Pintura "Río de la sangre" (detalle)


Una cosa es cantar a la amada. Otra, ¡ay!,/
a aquel dios-río de la sangre, oculto y culpable./
Al que ella reconoce desde lejos, a su adolescente, lo que el mismo sabe/
del señor de la voluptuosidad, el que, a menudo, desde su soledad/
antes que la muchacha lo aplacara, a menudo también como si ella/
no existiera, erguía su cabeza de dios, ¡ay! chorreando desde/
lo desconocido para invitar a la noche a un tumulto sin fin./
¡Oh el Neptuno de la sangre! ¡Oh su temible tridente!/
Escucha como la noche se amolda y ahonda. Estrellas,/
¿no desciende de vosotras el claro deseo del amante/
por el rostro de su amada? Y la íntima penetración de su mirada/
en el rostro puro de la amada, no procede de la pureza de los astros?/

No fuiste tú ¡ay!, no fue su madre,/
quienes han tensado así los arcos de sus cejas en la espera./
No ha sido en ti, muchacha, que lo sentías, no fue tu contacto/
el que hizo que sus labios se curvasen, en expresión más fecunda/ (...)

RAINER MARÍA RILKE> ELEGÍAS DE DUINO> ELEGÍA TERCERA (fragmento inicial, versión de Jaime Ferreiro Alemparte, en Colección Austral de Espasa Calpe)
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