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domingo, 13 de abril de 2014

Ovidio > Metamorfosis> Tereo, Progne y Filomela . Libro VI, 412 - 674.



Imagen http://es.wikipedia.org/wiki/Tereo


No lo leas si eres muy sensible, aunque sólo es una leyenda mitológica.

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Ovidio > Metamorfosis> Tereo, P gne y Filomela . Libro VI, 412 - 674.
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El tracio Tereo los dispersó con fuerzas de socorro, y por su victoria tenía un nombre glorioso; a este Tereo, poderoso en recursos y hombres y cuya prosapia se remontaba hasta el augusto Gradivo (Marte), se lo vinculó Pandión (rey de Atenas) mediante el matrimonio con Progne. No asistió a aquel tálamo Juno la protectora del matrimonio, no el Himeneo, no la Gracia: las Eumenides (Furias) sostuvieron las antorchas, cogidas de un entierro. Las Euménides prepararon el lecho, en la casa se alojó un búho siniestro y vino a posarse en el techo de la alcoba nupcial. Con este pájaro como presagio se unieron Progne y Tereo, y con el mismo llegaron a ser padres. Es verdad que les felicitó la Tracia y que ellos dieron gracias a los mismos dioses y que, tanto el día en que había sido otorgada al glorioso soberano la hija de Pandión como el día que había nacido Itis, ordenaron que fueran celebrados como solemnes; ¡hasta tal extremo está oculto lo que es útil! Ya Titán había hecho pasar por cinco otoños la duración del año que retorna, cuando Progne habló así acariciando a su marido: "Si me estimas en algo, envíame a visitar a mi hermana, o bien que venga aquí mi hermana. Prometerás a tu suegro que volverá al poco tiempo; ver a mi hermana será para mí un magnífico obsequio tuyo". Ordena él que un navío sea botado al mar, y, navegando a vela y remo, entra en el puerto de Cécrope y alcanza las playas del Piréo. Tan pronto como llego a presencia de su suegro, se une la diestra a la diestra y se entabla una conversación que se inicia con signo favorable. Había empezado Tereo a exponer el motivo de su venida y el encargo de su esposa, y a comprometerse a un rápido regreso de la viajera cuando ,de pronto, llega Filomela, opulenta por el lujo de su atavío, pero más opulenta por su belleza, semejante a como solemos oír que avanzan por el corazón de los bosques las Náyades y las Dríades, con sólo que se las suponga arregladas y con parecido atavío. No de otro modo se encendió Tereo al ver a la joven, que cuando se enciende fuego debajo de las espigas que blanquean o se quema hojarasca y hierba que estaba almacenada en los heniles. Verdaderamente lo merecía la figura de Filomela, pero a Tereo le espolea también su lujuria innata, y la población de aquellas regiones es propensa al amor: arde por el defecto de su raza a la vez que por el suyo propio. Siente el impulso de sobornar la custodia de los acompañantes de Filomela y la fidelidad de su nodriza e incluso solicitarla a ella misma con regalos exorbitantes gastando su reino entero, o bien de raptarla y una vez raptada conservarla con feroz guerra; y no hay nada a lo que no se atrevería aquel hombre que es presa de un amor desenfrenado, y su pecho no es capaz de guardar encerradas sus llamas. Y ya apenas puede soportar la tardanza, y con ávidos labios vuelve a exponer el encargo de Progne y expresa sus propios anhelos bajo el nombre de ella. El amor lo hacía elocuente, y cuantas veces suplicaba más de lo justo pretendía que esa era la voluntad de Progne; añadió también lágrimas, como si también se las hubiera encargado. ¡Ay, dioses, qué gran medida de noche ciega también los corazones mortales! Por el mismo esfuerzo con que prepara su crimen es tenido Tereo por ejemplar esposo, y de su maldad saca glorioso nombre. Más aún, lo mismo ansía Filomela y, sujetando acariciante los hombros de su padre con sus brazos, por su propia vida y aun contra su propia vida le pide ella misma que la deje marchar a ver a su hermana. Tereo la contempla y con la vista palpa antas de tiempo, y, al advertir los besos y los brazos que rodean el cuello, todo le sirve de acicate y de tea y de pábulo de su insania, y cuantas veces abraza ella a su padre quisiera ser su padre; porque no por eso se abstendría de su atrocidad. El progenitor se doblega a las súplicas de ambas: ella se alegra y da gracias a su padre y cree, desgraciada, que ha sido un éxito para las dos lo que era calamitoso para las dos. Y ya era muy pequeña la tarea que a Febo (Apolo, el sol) le quedaba y sus caballos golpeaban con las patas la región donde el Olimpo está en pendiente (el ocaso): un regio menú es servido en la mesa y Baco en el oro (vino en vajilla de oro), trás de lo cual se entregan sus cuerpos a un plácido sueño. Se hizo de día y Pandión, estrechando la diestra de su yerno al marchar éste, le recomienda a su acompañante con lágrimas en los ojos: <>. Hacía estos encargos y a la vez daba besos a su hija, y en medio de sus recomendaciones le caían tiernas lágrimas. Y como garantía del compromiso les pidió a ambos las diestras y cuando se las dieron las juntó, y les ruega que en su nombre se acuerden al hablar de saludar a su hija y a su nieto ausentes, y apenas pudo pronunciar, con su boca sollozante, el último adiós, y se asustó de los presagios de su propio corazón.
Tan Pronto como embarcó Filomela en el pintado navío y se alcanzó el mar abierto a fuerza de remos y la tierra quedó lejos, grita Tereo: "He vencido y conmigo viaja mi pasión". Y se alboroza y apenas puede resolverse a aplazar su goce aquél bárbaro y en ningún momento aparta de ella la mirada, no de otro modo que cuando con sus patas ganchudas la rapaz ave de Júpiter (el águila) ha depositado una liebre en su en su elevado nido: no hay posibilidad alguna de huir para la prisionera, y la raptora contempla su botín. Y ya había terminado el viaje, y saliendo de las cansada nave habían desembarcado ya en sus playas, cuando el rey arrastra a la hija de Pandión a un apartado caserío, en la oscuridad de añosas espesuras, y allí, mientras ella palidece y se altera y tiene miedo de todo y pregunta, ya entre lágrimas, dónde esta su hermana, la encierra; y declarando su crimen subyuga por la fuerza a quien era doncella y estaba sola, y a quien en vano llamó a gritos muchas veces a su padre, muchas a su hermana querida, y más todavía a los dioses poderosos. Tiembla ella como una despavorida ovejita que, habiéndose escabullido, herida, de la boca del lobo de gris pelaje, todavía no se encuentra segura, y como una paloma con las plumas mojadas en su propia sangre se espanta aún y sigue teniendo miedo de las garras en que estaba enganchada. Cuando, después, recobró el control de sí misma, revolviéndose los sueltos cabellos como una plañidera, hiriéndose a golpes los brazos y tendiendo sus manos, dijo: "¡Oh bárbaro por tus atrocidades, oh empedernido! Ni te han conmovido los encargos de un padre con sus amorosas lágrimas, ni la ansiedad de una hermana ni mi virginidad ni las leyes del matrimonio? Todo lo has trastornado: me he convertido en la rival de mi hermana, tú en esposo doble, y merezco el castigo que se da a un enemigo. ¿Porqué no me quita la vida también, para que no te quede, pérfido, maldad alguna por cometer? ¡Y ojalá lo hubieses hecho antes del impío concubinato! Habría disfrutado de unas sombras libres de deshonor. Pero si los dioses ven estas cosas, si son algo las divinas potestades, si al mismo tiempo que yo no se ha perdido todo, alguna vez me pagarás con tu castigo. Yo misma, divulgando mi deshonra, anunciaré tu acción: si tengo posibilidad iré a la gente; si se me retiene encerrada en las selvas, llenaré las selvas y convenceré a las piedras, mis testigos. El cielo lo oirá si algún dios hay en él."
Suscitada por tales palabras la cólera del feroz tirano, y no siendo menor su miedo, espoleado por los dos motivos , saca de su vaina la espada con la que iba ceñido, y agarrando a Filomela por los cabellos le sujeta los brazos a la espalda y la obliga a soportar cadenas. Ella presenta el cuello, pues al ver la espada había concebido la esperanza de morir: Tereo le cogió con unas tenazas la lengua, que con indignación pronunciaba sin cesar el nombre de su padre y se esforzaba por hablar, y se la cortó con la feroz espada. Palpitaba con sus convulsiones el extremo de la raíz de la lengua; ésta está en el suelo y cuchichea agitándose sobre la negra tierra; y, como suele saltar la cola de de una culebra a la que se ha mutilado, se revuelve y busca al morir las huellas de su dueña. Incluso después de esta atrocidad (Yo apenas me atrevería a creerlo) se dice que muchas veces volvió Tereo a utilizar para su deleite aquel cuerpo lacerado.
Es capaz, después de tales acciones, de volver a Progne, que, al ver a su esposo, busca a su hermana; pero él profiere mentirosos gemidos, le cuenta una supuesta muerte, y las lágrimas le dieron crédito. Se arranca Progne desde los hombros las ropas resplandecientes de oro en amplias franjas, y se viste telas negras, y apresta un sepulcro vacío y ofrece sacrificios expiatorios a unos falsos manes y llora la fatalidad de su hermana, a quien no era así como debía llorar.
Había recorrido el dios los doce signos en el transcurso del año. ¿Qué podría hacer Filomela? Una guarida le cierra la posibilidad de huir, los muros de la granja se alzan impenetrables, construidos de sólida piedra, su boca muda está desprovista de la capacidad de delatar lo ocurrido. Grande es el talento propio del dolor, y el ingenio acude en socorro de las situaciones apuradas. De un telar de los bárbaros cuelga ella, astuta, una urdimbre y en medio de los hilos blancos entreteje unas marcas de color púrpura que son la denuncia del atentado, y una vez terminado el trabajo se lo entrega a una esclava y le pide por señales que se lo entregue su señora; aquella conforme se le había pedido, se lo dio a progne: no sabe que es lo que entrega con aquel tejido. Despliega la prenda la consorte del salvaje tirano y lee el desdichado mensaje de la suerte de su hermana, y (¡es admirable que pudiera!) calla: el dolor le selló la boca, y su lengua no encontró las palabras de suficiente indignación que buscaba, y tampoco le es posible llorar, sino que se precipita dispuesta a confundir el bien y el mal, y se entrega plenamente a imaginar la venganza.
Era la época en que las señoras sitonias suelen celebrar los festivales bienales de Baco; la noche es testigo de los festivales. Por la noche suenan el Ródope de algunos tintineos del bronce: entonces salió de casa la reina y se equipa para los ritos del dios empuñando las armas frenéticas. Se cubre la cabeza con sarmientos y pámpanos, de su costado izquierdo cuelga una piel de ciervo, sobre su hombro descansa una ligera jabalina. Lanzándose a través de las selvas acompañada de un tropel de seguidoras, resulta terrible Progne y, alterada por el enfurecimiento de su rencor, simulando el tuyo, Baco. Llega al fin al apartado caserío y profiere alaridos y hace resonar el euhoe (grito báquico) y echa abajo la puerta arrastrando consigo a su hermana y, llevándosela, la viste con los atavíos de Baco y le oculta el rostro con hojas y ramas de hiedra, y tirando de ella, que está espantada, la conduce dentro de sus propias murallas.
Cuando Filomela se dio cuenta de que se encontraba en la mansión infame, sintio escalofríos la infeliz y palideció en toda la extensión de su tez. Progne, después de alcanzar un lugar idóneo, quita a su desdichada hermana los ornamentos del culto, le descubre el rostro avergonzado y se echa en sus brazos. Pero Filomela no es capaz, teniéndose por rival de su hermana, de levantar los ojos hacia ella, y queriendo jurar, con la cabeza inclinada hacia el suelo, y poner a los dioses por testigos de que aquella deshonra se le había hecho por fuerza, su mano hizo las veces de la voz. Arde Progne y no contiene su cólera, y reprochando el llanto de su hermana le dice: <>. Mientras tales cosas expone Progne, se acerca Itis (hijo de ella y de Tereo) a su madre; su presencia le sugiere qué es lo que puede hacer, y, mirándole con ojos implacables, dijo: <>, y sin hablar más prepara una acción siniestra y hierve en silenciosa cólera. Cuando al fin llegó el hijo y saludó a su madre y se le colgó del cuello con sus bracitos y le dio besos mezclados con infantiles caricias, se sintió impresionada, sí, la madre, y su cólera, desarmada, se detuvo, y sus ojos, sin querer, se humedecieron de lágrimas que brotaban a su pesar. Pero tan pronto como advirtió que como madre vacilaba por su acendrada ternura, apartó de él la mirada volviéndose de nuevo al rostro de su hermana, y mirándolos alternativamente a los dos, dijo: <>
Y en el acto arrastró a Itis, como un tigre del Ganges a la cría lactante de una cierva a través de las selvas umbrosas, y cuando se encontraron en un sitio apartado de la profunda mansión, mientras el niño tiende las manos y advierte ya su destino y grita <<¡madre, madre!>> y busca su cuello, lo traspasa Progne con la espada en el sitio donde el pecho se une al costado, y no vuelve la cabeza. Incluso un solo golpe hubiese bastado para su muerte: pero Filomela le corta el cuello; y aquellos miembros, vivos todavía y que aún conservan algo de aliento, los despedaza; a continuación, unos saltan en capaces calderos de bronce, otros chisporretean en asadores: chorrea sangre la estancia. Con ellos, sirve la esposa una mesa a la que invita a Tereo, que nada sabe, y fingiendo que se trata de un rito tradicional de sus padres al que sólo es lícito que asista el marido, hizo retirarse a acompañantes y criados. Tereo, así sentado en el alto sitial de sus antepasados, va devorando y amontona en su vientre sus propias vísceras, y, tan grande es la oscuridad de su alma, dice:<< Lamad aquí a Itis.>> No puede Progne disimular su salvaje goce y, ansiando ser la mensajera de su propia calamidad, dice: <>. Mira el a su alrededor y pregunta dónde está; mientras sigue preguntando y vuelve a llamar, avanzó de un salto Filomela, conforme estaba con los cabellos salpicados de la infernal carnicería, y arrojó a la vista del padre la cabeza ensangrentada de Itis, y en ningun otro momento habría preferido poder hablar y testimoniar su goce con bien merecidas palabras. El tracio derriba la mesa con estentóreos gritos e invoca a las viperinas hermanas del valle estigio ( Furias o Euménides), y unas veces ansía abrirse el pecho , si pudiera y sacar de allí el espantoso festín y las entrañas sumergidas, otras veces llora y se llama miserable sepulcro de su hijo y ya, por fin, persigue con el hierro desnudo a las hijas de Pandión. Se hubiera dicho que los cuerpos de las Cecrópides estaban sostenidos por alas: por alas estaban sostenidos. Una de ellas se encamina a las selvas, la otra se acerca a los tejados, y aún no han desaparecido de su pecho las señales de la matanza y sus plumas están marcadas de sangre. Él, veloz por su dolor y por el deseo de castigar, se convierte en un pájaro que tiene en la cabeza una erguida cresta, el pico se prolonga desmesuradamente sustituyendo a la larga lanza; abubilla es el nombre del pájaro y tiene el aspecto de un guerrero armado.
(...)
Filomela se ha transformado en ruiseñor y Progne en golondrina.

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