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domingo, 19 de abril de 2015

Willian Shakespeare > Tres sonetos

II
Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos
y ahonden surcos en tu prado hermoso,
tu juventud, altiva vestidura,
será un andrajo que no mira nadie.

Y si por tu belleza preguntaran,
tesoro de tu tiempo apasionado,
decir que yace en tus sumidos ojos
dará motivo a escarnios o falsías.

¡Cuanto más te alabaran en su empleo
si respondieras: "Este grácil hijo
mi deuda salda y mi vejez excusa",
pues su beldad sería tu legado!

Pudieras, renaciendo en la vejez,
ver cálida tu sangre que se enfría.

***
XXIII
Como actor vacilante en el proscenio
que temeroso su papel confunde,
o como el poseído por la ira
que desfallece por su propio exceso,

así yo, desconfiando de mí mismo,
callo en la ceremonia enamorada,
y se diría que mi amor decae
cuando lo agobia la amorosa fuerza.

Deja que la elocuencia de mis libros,
sin voz, transmita el habla de mi pecho
que pide amor y busca recompensa,
más que otra lengua de expresivo alcance.

Del mudo amor aprende a leer lo escrito,
que oír con ojos es amante astucia.

***

XXXIII
He visto a la mañana en plena gloria
los picos halagar con su mirada
besar con sus oro las praderas verdes
y dorar con su alquimia arroyos pálidos;

y luego permitir el paso oscuro
de fieros nubarrones por su rostro,
y ocultarlo a la tierra abandonada
huyendo hacia occidente sin ventura.

Así brilló mi sol, un día, el alba,
sobre mi frente, con triunfal belleza;
una hora no más lo he poseído
y hoy me lo esconden las aéreas nubes.

No desdeñes mi amor: si el sol del cielo
se eclipsa, han de velarse los del mundo.


***

lunes, 6 de abril de 2015

Elvira Daudet > Dos poemas recientes.

Elvira Daudet (Foto de Lastura ediciones)

Elvira Daudet es poeta de obra elaborada, intimista, clara y sin adornos. Suele estar escrita con sangre de sus venas pero ve más allá de sí misma y de ello son muestra estos dos poemas recientes en que sin dejar de lado la belleza y un algo que nos acongoja a la vez que nos exalta, sin dejar de estar escritos con sangre de sus venas, nos hablan del dolor ajeno y de sus acordes en alma propia.
De su obra se ha ocupado Arte y Poesía en varas ocasiones por considerarla una voz imprescindible en la poesía que hoy se hace en España.


Huesos para el perro

A veces , como tú, me desespero
por los niños que ayunan de mañana,
sin leche ni mendrugo que llevarse a la boca.
A mediodía comparten la ración
escueta del abuelo,
cenan caldo de "huesos para el perro"
y se van a la cama con las tripas ladrando.
Sus padres perdieron el trabajo y no lo encuentran,
la tierra ha dejado de dar trigo,
es sólo un mar de estiércol donde hozan los cerdos
y desfallece el viento.
Ya no pueden comer ni pan ni peces
y no aparece Cristo a remediarlo.

Todavía es más grave la miseria que sufren
los miembros del gobierno, obligados
a camuflar la bola cual trileros.
Con su tercera mano asen el cargo
que les brindan los amos en premio a sus servicios.
Huele el aire a patíbulo,
a carne corrompida que atrae a todos los buitres.
Duele ver el desfile de banqueros -a un dulce paraíso, no a la cárcel-,, quebrados
por la avidez obscena de su alquimia:
transformar la sangre de los pobres en dinero.
ángeles de alas de humo, gimen mientras abrasan
la tierna flor del pubis de chiquillos,
con su mano azucena de rozar el misterio.

No respetan a Dios ni a nuestros hijos;
se burlan de nosotros. La sangre me galopa
como un enloquecido corcel envuelto en llamas.
Me levanto la tapa de los sesos 
y dejo que se enfríen.

Más serena,
contemplo la central laboriosa del cerebro,
motor del terco avance de los hombres
desde el fondo más negro de la noche
-largo ha sido el camino del cándido primate
que estrenó el dolor de ser humano;
milenios defendiéndose del miedo.
¿Quién podría hacerle retroceder ahora?
Descubro en sus alvéolos, como abejas dormidas
en su celda, tesoros olvidados:
la dignidad cundo aún estaba entera,
la utopía más bella con los años,
la justicia, aire puro que a todos alimenta:
las cosas de valor que arrinconamos
y el azufre del tiempo fue borrando.

Mientras tanto ha llovido. Sobre su piel mojada,
el campo adolescente nos muestra un bozo verde.
La tierra, siempreviva de juegos minerales
que rebosan sus pechos,
no renuncia a su misión de madre.
Habrá pan, si nosotros aportamos
un pequeño puñado de semillas,
y atamos a los cerdos a una valla
para que no destrocen lo sembrado.

Elvira Daudet, 14 de Marzo de 2012
...

Lástima no haber sido Neruda para salvarlos

Como mi hermano Pablo
"confieso que he vivido" y muerto muchas veces.
Gigante de los Andes, él podía
besar con decisión los pechos de los ángeles
y derribar fronteras y desgracias.
Los dioses le otorgaron la parcela de estrellas
más puras y brillantes como vocabulario

para encender el corazón del mundo.
Yo, débil mota de luz, tan pequeña
que las simples palabras se me niegan,
y sin embargo, hermanos de la luz y la sangre.
Torrente de la belleza incontenible,
el amor, amor desmesurado por lo humano,
fue la clave del bardo de corazón en llamas
y voz blanda de espumas

que enamoró a los hombres y mujeres
desde un confín al otro de la tierra.
Un brebaje de amor me dio la vida
con el deslumbramiento adolescente,
sólo él me bastó y fue mi gloria.
Mas de improviso se mudó mi suerte
que me tatuó en el corazón la muerte
de amar sin ser amada,
cual rosa de belleza envenenada.
Huracán del desierto insobornable,
atravesó el pulso de la vida clamando libertad,
sin que el odio o la guerra pudiera detenerle.
se embriagó del amargo licor de la derrota
que escupía en las playas los restos españoles,
resistentes soldados de ojos muertos.
Hizo suya la sangre derramada
y su agitado pulso no paró hasta fletar
el barco salvador de tantas luces
renacidas en la dulce América.
Yo luché y me arrojaron, con un tiro en la espalda,
por una gris ventana a un patio de vecinos,
aunque era Enrique el que yacía muerto.
Y fui asesinada con Yolanda -ojos desmesurados
frente al mundo robado- en aquel descampado
que parecía un decorado de Pasolini,
sólo que ella no pudo levantarse ni sonreír al terminar la escena:
su muerte no era un juego.
No sé si fue ese día, ya no recuerdo fechas,
o quizá el anterior, cuando Arturo cayó muerto
de una bala fundida con el nombre de Cristo,
ay, sólo a unos pocos metros de donde estaba yo,
apaleada mas todavía viva
Luego se repitió la atroz historia
con los cinco abogados, tan cercanos,
en la feroz matanza de las bestias de Atocha.
Quise morir al verlos, tan tristes en sus cajas,
una tela cubría parcialmente la frente
del amigo ocultando la boca de la muerte.
Morirme de vergüenza por España
minada por el odio de los monstruos
y su infernal proyecto renovado;
Vergüenza por estar dentro del cuadro espeluznante.
Pero caían todos y yo no me moría,
ni podía hacer nada por salvarlos.

Elvira Daudet