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jueves, 28 de febrero de 2019

Miguel Hernández > Andaluces de Jaén

Andaluces de Jaén, 
aceituneros altivos, 
decidme en el alma: ¿quién, 
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada, 
ni el dinero, ni el señor, 
sino la tierra callada, 
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura 
y a los planetas unidos, 
los tres dieron la hermosura 
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano, 
dijeron al pie del viento. 
Y el olivo alzó una mano 
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén, 
aceituneros altivos, 
decidme en el alma: ¿quién 
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida, 
no la del explotador 
que se enriqueció en la herida 
generosa del sudor.

No la del terrateniente 
que os sepultó en la pobreza, 
que os pisoteó la frente, 
que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán 
consagró al centro del día 
eran principio de un pan 
que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna, 
los pies y las manos presos, 
sol a sol y luna a luna, 
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén, 
aceituneros altivos, 
pregunta mi alma: ¿de quién, 
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava 
sobre tus piedras lunares, 
no vayas a ser esclava 
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad 
del aceite y sus aromas, 
indican tu libertad 
la libertad de tus lomas.

(Miguel Hernández, 1937)

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